Agricultores producen oro verde en el lugar menos esperado: El Corredor Seco
Pequeños agricultores salvadoreños cosechan tesoros en una zona árida.
“Yo quiero ser enterrado en el invernadero”, dice Cristino, quien a sus 65 años y con décadas de experiencia, sigue tan apasionado como siempre en cosechar productos de calidad para su familia y su comunidad en Cacaopera, una zona de bellos paisajes y montañas.
Ama el invernadero, al cual él llama La Casa de Oro porque aquí se producen tesoros como chiles verdes, pepinos y tomates. Su sueño es que próximas generaciones sigan viviendo de la agricultura. “Tal vez algún cipote [joven] de los míos logrará comprar un vehículo para andar los chiles y los pepinos… para que quede más experiencia”.
Ni siquiera la pandemia ha frenado el compromiso y deseos de cambiar sus vidas tanto de Cristino, como de sus socios y amigos Germán y Petronilo. Los tres impulsan un proyecto agrícola comunitario en uno de los cantones de Cacaopera en el departamento de Morazán.
En los primeros tres meses de la COVID-19, cuando había restricciones de movilidad y no pudieron visitar a sus clientes en Corinto, el equipo vendió su producción de chiles, pepinos y tomates en su comunidad y alrededores a un precio más bajo. Su ciclo de producción fue más corto de lo usual, dos meses en vez de cinco, ya que no pudieron comprar algunos insumos necesarios para aplicar a los cultivos, afectando así el tamaño y el color de los chiles.
A pesar de que su comunidad está ubicada en el Corredor Seco, impactado frecuentemente con fenómenos climáticos tales como sequías e inundaciones, ellos cultivan durante todo el año y con la última tecnología.
Cristino es el líder del grupo. Le siguen Germán, de 55 años, y Petronilo de 21. Si bien son la cara del proyecto, toda la comunidad se beneficia, y Cristino incentiva la participación de mujeres y jóvenes. Juntos cosechan lo que para ellos es oro verde.
Los agricultores se levantan temprano para realizar sus turnos respectivos a las 6:00 am en el invernadero que se ha convertido en su mina de oro, al producirles chiles verdes, pepinos y tomates para su consumo y comercialización. Sus productos son sobre todo verdes.
Cristino comenta que de aquí “salen las verduras y el tesoro… Y La Casa de Oro es de todos”. Las ganancias les permiten beneficiar a las personas que trabajan en el invernadero y sus familias.
Cristino está orgulloso de su producción de tesoros agrícolas. Sobre todo, son verdes. Foto: WFP/ Nick Roeder
Innovando en la forma de pensar y el cultivo de la tierra
Cristino ha dedicado su vida al cultivo de la caña de azúcar para el procesamiento del dulce de panela. Mirando a futuro, tuvo la apertura y la confianza en que la construcción del invernadero traería mayores ingresos. La decisión fue muy importante para él y su esposa María, en tanto que implicaba reducir su área de cultivo de caña de azúcar. Felizmente, el invernadero sí ha generado más ganancias.
Los nuevos cultivos del invernadero le permitieron contar con una producción mayor de cinco ciclos de pepinos y dos de chiles y tomates en comparación a un ciclo de caña de azúcar al año.
En el año 2018, Cristino y su equipo fueron apoyados por el Programa Mundial de Alimentos (WFP, por sus siglas en inglés) con técnicas de cultivo, herramientas y la instalación de un invernadero que integra energías renovables con una variante de hidroponía.
Este sistema revolucionó su forma de cultivar, al no hacer uso de la tierra sino de cubetas con piedras pómez molidas. Este método se utiliza para la agricultura intensiva en ambiente controlado, reduciendo el impacto de plagas, enfermedades y el exceso de lluvia.
La energía se almacena por medio de los paneles solares que activan el sistema de riego por goteo en las cubetas, que requieren constantemente de agua y fertilizante. El invernadero les ayudó a superar los grandes retos que tenían para sembrar: el no contar con tierra y una fuente de agua para regar sus cultivos. Ahora usan más eficientemente la poca agua con la que cuentan, proveniente de un riachuelo cercano.
“Es un sistema, donde adentro se cultiva con mejor calidad, y no se permiten plagas ni insectos. Al aire libre es difícil cultivar hoy en día. Este invernadero es de 500 metros cuadrados. Hay 14 surcos de 76 líneas y unas 77 cubetas. Me fascina trabajar acá,” dice Petronilo, el más joven del grupo.
Por su parte Cristino, con más experiencia, reconoce que el trabajar en un invernadero no es nada fácil. Se necesita de mucha disciplina para producir chiles verdes, pepinos y tomates. El admite que la tecnología con la que cuenta el invernadero le ha facilitado la vida, ya que para regar más de mil cubetas únicamente debe programar los riegos, encender y apagar la bomba. “Ya no vamos a jornalear largo (trabajar lejos). Cuando va largo, viene con hambre, rendido. Ahora es verdad que se trabaja, pero menos rendido,” agrega Cristino refiriéndose a sus experiencias de trabajo antes de contar con el invernadero.
Control de calidad, transporte y comercialización de los productos
Los chiles, pepinos y tomates cultivados en el invernadero son cortados cuidadosamente, trasladados al centro de acopio donde se limpian y se seleccionan según su calidad para luego ser trasladados al mercado de Corinto en Morazán, ubicado a 25 minutos del invernadero y donde sus clientes los comercializan al público general.
Distribuir sus cultivos en Corinto implica que los agricultores pueden negociar el precio de productos directamente. El saco de 175 unidades de chiles lo venden a US $16, un precio competitivo. Al mismo tiempo, redujeron los costos de transporte de US $40 cuando le vendían a una distribuidora a 30 kilómetros de distancia a US $10 ahora.
Foto: WFP/ Nick Roeder
“Ya después de la corta, halamos el producto para el centro de acopio. Allá lo seleccionamos. Lo motiva a uno porque son productos de calidad los que salen de acá. Lo halamos para el carro y de allí nos vamos a vender producto. Es un orgullo llevar producto del que se beneficiarán varias personas: el que compra, otras familias. Es una cadena que lo motiva a uno,” indica Petronilo.
Cristino añade que existe una diferencia entre comerse un pepino o un chile fresquito a uno que venga de otro país.
La diversidad de edades y género agrega valor
Desde el inicio del proyecto, Cristino incentivó la participación de mujeres y jóvenes. Su esposa María e hija Ana juegan un rol importante en la producción del oro verde. Ellas colaboran en la limpieza y selección del producto previo a su venta. También cocinan deliciosos chiles rellenos.
Originalmente, el grupo estaba compuesto por tres adultos mayores y tres jóvenes. El equipo de Cristino ahora se ha reducido, pero cuenta con una buena mezcla de experiencia en años de cultivo por parte de sus participantes de mayor edad y el manejo de las nuevas tecnologías por parte de Petronilo, habilidad con la cual se ha ganado la admiración de todos.
El trabajo realizado en el invernadero representa una oportunidad para Petronilo. Tanto él como los demás jóvenes en su comunidad cuentan con reducidas oportunidades de generación de ingresos, entre ellas el trabajo de campo y la siembra de granos básicos.
El trabajo rural es duro y la paga no muy buena. Muchos jóvenes buscan hacer otras labores en pueblos, ciudades y consideran emigrar a Estados Unidos en busca de oportunidades. El mercado para ellos es especialmente difícil.
De acuerdo al informe sobre Desarrollo Humano El Salvador 2018. ¡SOY JOVEN! ¿Y ahora qué?, la juventud salvadoreña enfrenta muchos retos, como ser una tasa de desempleo 2.6 veces superior a la de personas mayores.
Beneficios del proyecto y sueños en Cacaopera
Con el proyecto, sus participantes han obtenido conocimientos técnicos y se les ha apoyado para acceder al mercado con sus productos en un departamento donde el 7% de la población sufre de inseguridad alimentaria severa por falta de recursos, porcentaje más alto del promedio nacional de 4.8% (Encuesta de Seguridad Alimentaria y Nutricional, noviembre 2020).
Con producción local, su dieta también se ha diversificado y ha fortalecido la unión familiar y la cohesión social.
“La familia se siente feliz por el trabajo que uno hace. Es un trabajo honrado lo que uno anda haciendo. La familia no se preocupa por uno porque sabe que anda en cosas buenas y no anda metido en lo malo”, indicó Petronilo.
Foto: WFP/ Nick Roeder
La convivencia ciudadana es importante, especialmente en un país donde la violencia es uno de los retos que frenan el desarrollo. El Gobierno de El Salvador viene implementando desde 2019 estrategias para reducir el número de homicidios. El 3 de noviembre de 2020, el país alcanzó el importante hito de 33 días sin homicidios.
La construcción de obras de conservación de suelos y de agua, al igual que el cultivo en el invernadero, han generado un mayor sentido de pertenencia, inclusión social, participación, confianza y solidaridad en la comunidad.
El equipo de Cristino con frecuencia dona parte de sus productos a la escuela de la comunidad, que son utilizados en la preparación de la alimentación escolar.
Sostenibilidad del proyecto
El éxito obtenido por estos agricultores es una muestra del impacto positivo que tiene la construcción de resiliencia, asociatividad y acceso a mercados en la vida de miles de pequeños agricultores salvadoreños.
“Siempre cuando hay pago, se deja un ahorro para invertir en insumos como foliares para combatir alguna plaga. Uno se alegra al ver las plantas, su crecimiento, todos los procesos, y también que, cuando hay cosecha, uno le lleva a la familia. Ya no lo compra uno. Aquí mismo lo lleva y lo come uno. Alegre, pues, porque aquí este trabajo es motivador,” agregó Petronilo.
WFP concluyó su intervención en Cacaopera en abril de 2020, pero continúa proporcionado apoyo técnico, según sea necesario. El grupo de Cristino se ha empoderado y continúa exitosamente su labor y producción en el invernadero. Sin duda contribuyen a que muchas familias de Cacaopera, Corinto y sus alrededores cuenten con chile verde, pepino y tomates para agregar sabor y propiedades nutritivas a sus comidas.
Cristino y su esposa María en su hogar, que se encuentra a pocos minutos del invernadero. Foto: WFP/ Nick Roeder
El proyecto de WFP les permitió a Cristino y a su equipo obtener conocimientos y herramientas para construir resiliencia ante el cambio climático. También les apoyó en sus esfuerzos de asociatividad y comercialización de sus productos.
La iniciativa de WFP fue apoyada financieramente por varios donantes, entre ellos la Agencia Italiana de Cooperación para el Desarrollo (AICS) y la Agencia de Cooperación Internacional de Corea (KOICA).